Cierto día se le presentó un hada a Dos Ojitos y le preguntó:
-¿Por qué lloras, Dos Ojitos?
-¿Cómo no voy a llorar?
-respondió-. Por tener dos ojos, mis hermanas y mi madre me tratan mal, me dan vestidos viejos y sobras de sus comidas.
– Vamos, Dos Ojitos – dijo el hada-. Enjúgate las lágrimas y te diré lo que tienes que hacer. Basta con que le digas a la cabrita que cuidas:”Cabrita, bala; mesita ponte” para que aparezca ante ti una mesa bien servida.
Luego, cuando hayas satisfecho tu hambre, dirás:
“Cabrita, bala; mesita levántate”, y la mesita desaparecerá.
Dicho esto, el hada se desvaneció. Sin pérdida de tiempo, Dos Ojitos, que ya no podía resistir más el hambre, pronunció las palabras mágicas, y al instante apareció ante ella una mesita servida. Dos Ojitos se puso a comer hasta quedar satisfecha. Luego dijo las palabras complementarias y la mesita desapareció.
Cuando volvió por la noche a casa con su cabrita, se encontró con un cuenco de barro en el que estaban las sobras que le habían dejado sus hermanas; pero ni siquiera lo tocó. Al día siguiente volvió a salir como de costumbre y no comió tampoco las sobras de las comidas. Esta vez, sus hermanas notaron que Dos Ojitos no tocaba los alimentos y se dijeron: “Aquí pasa algo. Seguramente Dos Ojitos come en otra parte y será necesario vigilarla”.
Al día siguiente, Un Ojito se fue con Dos Ojitos y con la cabrita a la pradera; pero se dio cuenta de las intenciones de aquélla, y al llegar adonde solía descansar le dijo:
– Ven, siéntate a mi lado, que te voy a cantar una canción.
Un Ojito, que se hallaba rendida por el largo paseo, se sentó y entonces Dos Ojitos se puso a cantarle. Un Ojito se quedó dormida y Dos Ojitos, pronunciando las palabras mágicas, se sentó a la mesita y comió y bebió hasta quedar saciada.
Una vez desaparecida la mesita, la chica despertó a su hermanita y le dijo:
– Vaya, Un Ojito, te has quedado profundamente dormida. Volvamos a casa , que se ha hecho muy tarde.
Cuando estuvieron de vuelta, Dos Ojitos dejó de nuevo sin tocar la sobras que había en su cuenco de barro. Un Ojito no pudo explicar a qué se debía aquello, pues había estado dormida mientras Dos Ojitos comía en la pradera.
Al otro día, la madre dijo a Tres Ojitos:
-Hoy irás tú, y vigila bien, pues no hay duda de que debe de comer en alguna parte.
Fueron las dos niñas con la cabrita y , al llegar a la pradera, Dos Ojitos le dijo a su hermanita:
Se sentó Tres Ojitos y Dos Ojitos le cantó.
Pero en vez de decir:”Ya te duermes, Tres Ojitos”, se equivocó y dijo:”Ya te duermes Dos Ojitos”, con lo que sólo dos de los tres ojos de su hermana se cerraron, permaneciendo despierto el que tenía en medio de la frente. Sin embargo, Tres Ojitos lo cerró también, haciendo creer a su hermana que estaba dormida del todo. De esta forma Tres Ojitos descubrió el secreto de la mesita mágica.
– Ya sé por qué esta orgullosa no quiere comer. Cuando está en el prado le dice a la cabrita.”Cabrita, bala; mesita, ponte” y enseguida aparece una mesita bien servida; y cuando ha terminado de comer, dice:”Cabrita, bala; mesita, levántate”, y la mesita desaparece.
La madre, entonces, tomando un cuchillo, atravesó el corazón de la cabrita, que cayó muerta sin poder decir siquiera”bee”.
Dos Ojitos se apenó con la muerte de la cabrita y se puso a llorar. El hada volvió a aparecer y le preguntó:
-¿Por qué lloras, Dos Ojitos?
-¿Cómo no he de llorar – respondió la niña-, si mi madre mató a la cabrita y ahora sufro hambre y sed?
-Saca el corazón de la cabrita, entiérralo ante la puerta de la casa, y verás como te trae suerte.
Desapareció el hda y Dos Ojitos regresó corriendo a casa, sacó el corazón de la cabrita y lo enterró al pie de la puerta. A la mañana siguiente todos quedaron atónitos al ver delante de la casa un árbol maravilloso, con hojas de plata y frutos de oro.
La madre le dijo a Un Ojito que subiese al árbol y se apoderase de algunos frutos; pero la rama se le escapó de las manos y se disparó como una fecha. Lo intentó también Tres Ojitos y a esta le sucedió lo mismo.
Entonces, Dos Ojitos dijo tímidamente:
– Si me dejáis probar a mí, quizá lo consiga.
Insistió tanto que no tuvieron más remedio que dejarla subir. Entonces vieron con sorpresa que las manzanas se dejaron caer por sí solas en manos de Dos Ojitos, y a los pocos instantes ésta tuvo su delantal lleno de frutos.
Cierto día, se acercó a la casa un caballero montado en brioso caballo blanco que se detuvo a admirar el árbol maravilloso.
-¿A quén pertenece este árbol tan precioso? Daría cuanto me pidieran por una ramita – dijo.
Un Ojito y Tres Ojitos, por más que se esforzaron, no pudieron atender la petición del caballero porque las ramas se les escapaban de las manos.
-¡Esto sí es estupendo! – comentó el caballero-. El árbol os pertenece y no podéis tomar nada de él.
Entonces, Dos Ojitos se ofreció a complacer al caballero y, en efecto, sacó una ramita cargada con frutos de oro.
-Muchas gracias – dijo el hombre-. Dime qué es lo que quieres a cambio.
-¡Oh! – respondió Dos Ojitos-. Padezco de hambre y de sed, de pena y de ansiedad desde que nace el día hasta que muere el sol. Lo que más te agradecería es que me libraras de esta terrible situación. Sólo así podría ser feliz.
El caballero subío a Dos Ojitos a la grupa del su corcel , y sin despedirse ni de su madre , ni de sus hermanas la llevó al castillo de su padre, el rey. Éste dio órdenes para que vistieran a la joven con regios vestidos y le dieran toda la comida y bebida que quisiera.
Al poco tiempo, como el joven caballero se había prendado de ella, se casaron y, para celebrar el feliz acontecimiento, se organizaron grandes y alegres festejos.
Dos Ojitos vivía feliz y en paz hasta que llegaron cierto día al castillo dos pobres mujeres pidiendo limosna. Dos Ojitos las reconoció al instante: eran sus hermanas, las cuales, a la muerte de su madre, habían caído en tal estado de miseria que tuvieron que pedir la caridad por todo el reino.
Dos Ojitos, al ver el arrepentimiento de sus hermanas, las perdonó y las acogió en el castillo, donde todos vivieron felices y en plena armonía.
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